
Por: HERNANDO URRUTIA – Director de Programación Vientos Stereo
Estaba sentado en una agradable piedra, viendo pasar unos bólidos que hacen crispar los nervios cuando se lanzan hacia abajo en sentido suicida, y una voz me comentó acerca de la imprudencia de la cual pueden ser víctimas sobretodo los niños y los ancianos, que tienen que pasar de un lado a otro de la vía convertida en pista de automovilismo, cuyo trofeo es recoger un pasajero.
Sí, le contesté, esperando no dialogar con desconocidos, pero la voz siguió martillando en mis oídos y con una corriente de aire helado me dijo confidencial: yo salí de esa montaña, por lo que me dispuse a irme a otro lugar. No sabía por qué lo hacía. Si Sólo quería transmitirme algunas cosas de las que estaba pensando, ¿Qué tenía eso de malo, para dejarla hablando sola? No lo sabía. Sólo que instintivamente, sin reflexión, tal vez acogiendo al aprendizaje de la vida, tenía la precaución de alejarme de quien tan solo quería conversar conmigo un rato. Seguramente si fuera en otra ciudad, ya estuviéramos comentando amenamente algunas anécdotas, pero estábamos en Bogotá, en el suroriente de la ciudad y en un sector con muchas leyendas acerca de sus habitantes. Así que justifiqué mi retiro, haciendo gestos para dar a entender que no era desconfianza, sino que necesitaba situarme en una parte más favorable para esperar el vehículo que nunca iba a abordar. Miré a mi lado…
¿Qué busca?- me preguntó- Yo no tengo boca, hablo con la ayuda del viento y del tiempo.
La voz venía de la piedra en la que estuve sentado. No me comía el cuento y pensé que algún gracioso de programas de televisión había instalado una cámara para entretener televidentes, pero la superficie estaba lisa.
Miré a todos lados y me sentí desamparado y solo, en medio de más gente, como le sucede al habitante de las grandes ciudades; esto no era nada original, vivía una fantasía de los cuentos para niños medioevales, escritos por literatos más medioevales todavía.
Debía ser valiente, ya que ningún hada madrina vendría en mi ayuda y me enfrenté a la voz, o a los duendes o a lo que fuera.
Le pregunté cómo era eso de salir de las entrañas de la montaña y cómo había hecho para llegar allí, máxime cuando no le veía pies o algo que me dijera de su capacidad motriz.
Me vine rodando –me dijo -, algunas personas con barretones, picas y
hasta palos, cavaron toda la noche para sacarme y por lo tanto pertenezco sentimentalmente a allí.
-Pero…
¨¨¨¨ No se asuste que no me va a tener que dar un beso para transformarme en princesa, y sapos por aquí, ya no hay.
-Sentí un chuzo en mi epidermis, después otro y alguien levantaba una herramienta filuda para descargarla, no en mi cuerpo, sino en la superficie blanda que cedía ante la arremetida de no sé cuantas personas que de un momento a otro les dió por perturbar mi sueño.
Pero fuera eso no más. Ya me iba a dormir, no parándole bolas al asunto y llegaron más y más rodeándome y cavando juiciosamente a mi alrededor, hasta eso que bien atareados, cosa que hicieron toda la noche y parte del otro día. Yo le tengo pavor a las alturas y cuando estaba descubierta, desnuda ante el sol y los hombres, me sentí la más desafortunada de las piedras.
Tenía cierta esperanza de que la potencia de todos estos seres no alcanzara para levantarme, pero qué va, yo no sé cómo hicieron, lo cierto es que me levantaron de un lado y en medio de la gritería, los hurras y la alegría me vi rodando en principio dificultosamente y después rauda, producto de la inclinación veloz por la montaña, que no tuvo tiempo de despedirme, pues ella tampoco creía que esa gente fuera capaz.
No sé de donde sacaron fuerzas, y un poco mareada caí en la carretera bloqueándola. En ese momento comprendí qué papel estaba cumpliendo: me solidarizaba con los habitantes que protestaban por la falta de buses. Pero eso a mí que me podía importar, si yo nunca viajaba y por lo tanto no tenía nada que ver en ese paseo.
Una de las cosas que más me duelen, es que me partí en varios pedazos y mi cuerpo dividido soportó el paso de unas enormes ollas que unas señoras insensibles colocaron encima de unos leños y ramas secas, en donde al caer la noche repartían tinto a todos que los hacia arriba y hacia abajo coreaban consignas por la carretera.
La verdad es que sentí un calorcito amañador y me adormecí con el aroma del café y la mirada comprensiva de la luna. Soy un poco tímida por la poca costumbre de estar en medio de tanta gente y a pesar de que empecé a ser blanco de las miradas de todos, pues me tocaban haciéndome cosquillas, y recogían las partes que estaban muy regadas, trataba de pasar desapercibida, pero qué va, la gente volvía a subir a ver de dónde había salido y miraban con gran simpatía, nunca en mis siglos que llevaba de vida me sentí como aquella vez, útil y solidaria de una causa que la verdad no entendía muy bien, porque no conocía los buses, ni sabía que el ser humano necesitara moverse para poder vivir y menos pegarse semejante rebotada simplemente porque otros se caían al quedar colgando de las ventanillas, como ellos llaman unos huecos que dan de un lado a otro.
De toda maneras, después de unas cuantas horas ya me sentía más humana, oyendo cosas de la vida, que se contaban unos a otros, ejercicio que no he podido hacer sino hasta ahora.
Estaba tan amañada que me indigné cuando al calor del sol del día siguiente, alguien con los zapatos embarrados se me paró encima y en un discurso dijo que todo había terminado, que habían triunfado, yo no sabía en qué y leyó un papel que todos atentos, concluyeron con un manoteo delirante, en donde yo creí que se iban a reventar esas cosas de cinco dedos, las mismas con las que habían atormentado mi sueño.
Me fui quedando sola y desconcertada, preguntándome ¿Para qué me sacaron de la tierra, me regaron en la carretera, me elogiaron tanto, para qué el sabor del café que alguien me dio a probar, el entusiasmo de sus risas y hasta su amistad, si me iban a abandonar a la suerte de un enorme monstruo que me hirió con sus filudas puntas y me lanzó a un aparato con la boca abierta hacia arriba
No sé si en ese momento me volví invisible, pero lo cierto es que en esta esquina estoy desde ese entonces, todos se sientan en lo que quedó de mi cuerpo y he sentido casi todas las nalgas de la localidad, esperando al resto de lo que fui o a que el hombre conmovido, me devuelva a mi lugar, ya que tanto le ayudé en aquellos días. Pero solitaria veo cómo transcurre el tiempo y cada vez queda menos espacio para regresar a mi sueño...
Yo miré a todos lados cerciorándome de que nadie me estuviera viendo y en efecto todos pasaban de largo preocupados por llegar sus casas. Ante esta piedra (ya no quería llamarla así, pues me parecía inhumano) en la que jugaban los niños, me sentía responsable de una de su desaparición, en fin me estaba embrollando el cerebro y me dio la impresión, al tentar su superficie y los pabellones de mis orejas, que podríamos estar convirtiéndonos el uno en el otro y hasta allá no llegaba mi simpatía, así que espontáneamente me así a un vehículo, cuyo ayudante gritaba, no para agredirme sino para invitarme a subir, y que me incrustó entre sus latas. Mirando hacia atrás caí en cuenta que iba en la dirección contraria a mi destino.
Fotos: Vientos Stereo