Un cadáver esquizofrénico

 Por: Alvaro Marin – Poeta

 

 

La junta médica de un hospital psiquiátrico, un psicólogo trataba de explicar la presencia simultánea de la violencia y la pasividad en una misma cultura, y exponía el caso de Colombia. La única teoría válida que encontraba el médico para este comportamiento era pensar que a los colombianos nos estaban dando algo en la sopa. La teoría paranoide del psiquiatra encontraba sustentación en la existencia de la tolerancia del país con los “crímenes atroces”…  así decía el médico, como si cualquier crimen no fuera atroz. Llama la atención la influencia en el médico de la retórica “humanista” transnacional, suponer que hay unos crímenes atroces, es suponer también que hay crímenes que no lo son, por ejemplo, los “blancos legítimos” que ahora somos todos los colombianos.

Un columnista bastante conocido afirma que en el país hay dos esquizofrenias. Miren pues, Colombia ya está tan loca que en ella caben dos esquizofrenias, pensé como lector: ¡qué país tan descocado! Y tan feliz, somos el país más feliz del mundo. El periodista de la tesis de las dos esquizofrenias, y quien trabaja en la esquizofrénica revista Semana, señalaba la existencia de una esquizofrenia en el gobierno y otra en la insurgencia. El periodista omitió su propia esquizofrenia de caballero sin caballo, si no, serían tres las esquizofrenias, y cuatro con la nuestra, o cinco con la del medio en el que trabaja, que dedica una semana de sus páginas a hacer el registro de víctimas de la violencia, y la semana siguiente a victimizar a los campesinos que protestan señalándolos de aliados de los insurgentes o de los narcos. Como vamos, en poco tiempo no hablaremos de un país multicultural sino de un país multiesquizofrénico en medio de ese mundo bipolar que es el planeta tierra.

Tal vez tengan razón el médico y el periodista. Si la sopa de todos los días en nuestro país durante más de cien años es la sopa de la violencia, el resultado no puede ser otro que el presentado por el reciente Informe del Centro Nacional de Memoria Histórica. La manera como la persistente violencia ha afectado al país en su salud mental y en su comportamiento ético nos muestra el abismo de la conciencia vacía, y a pesar de todo, el país no está todavía en situación, como quería el poeta Gaitán Durán cuando presentó al país la Revista Mito y escribió precisamente Las palabras están en situación, es decir, que la palabra expresa al mismo tiempo un entorno cultural y una realidad histórica. Pero las palabras dejaron de estar en situación cuando empezamos a nombrar unas cosas con los nombres de otras y a privilegiar la fuerza sobre el diálogo.

La esquizofrenia nacional realmente empezó con la división bipolar entre Bolívar y Santander. Bolívar veía en la Independencia la materialización de la libertad y en el otro polo Santander,- padre de los abogados -, veía lo mismo pero al revés, la libertad sustentada en la dependencia del nuevo imperio. Desde esos tiempos el sentido de libertad resultó ambiguo, durante mucho tiempo se consideró a Estados Unidos, – y todavía nuestras élites lo hacen – como norte de la libertad, aunque Bolívar ya nos lo había advertido: “Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia a plagar la América de miseria en nombre de la libertad”. Pero el imperio más dañino ha sido entre nosotros el imperio de los abogados y el de la retórica de la que hacen parte nuestras constituciones y nuestra literatura, de estos imperios retóricos no nos hemos podido liberar.

Este país retórico se ufana de tener la democracia más duradera en Latinoamérica, al lado de la muerte más duradera: los 220 mil muertos que registra el Informe del Centro de Memoria son solo el registro de la última violencia, sin contar el registro sangriento dejado por los partidos tradicionales antes y después de la muerte de Gaitán. El Informe indaga en los orígenes de nuestras fracturas mentales, sociales y económica, aunque habría que enfatizar en el entronque de las violencias de la que hace parte la guerra actual. Lo que el informe muestra es muy importante, pero no sobra insistir en las prácticas político militares de las élites en Colombia, en donde la violencia ha sido el sistema de gobierno y de poder. Las élites criminales de Colombia que los son hasta el delirio y la paranoia oculta la violencia oficial cuando se habla de “sectores” en conflicto, fragmentando la violencia y desarticulándola de su centro, porque realmente en Colombia la violencia funciona y ha funcionado como sistema, no como “sector”. Otro componente de la violencia entre nosotros y de necesario énfasis en cualquier estudio, es el hecho histórico de la dependencia política del poder norteamericano y mundial que incide de manera directa en la violencia. La política norteamericana y su influencia militar, al lado de la incidencia de la economía transnacional, son factores de fuerte incidencia violenta en los territorios.

El caso es que la historia de Colombia lleva en su espalda un largo cadáver, un cadáver esquizofrénico, que está muerto y que está vivo a la vez. Colombia carga desde hace mucho tiempo con su propio cadáver, pero según algunos medios Colombia dice estar feliz y estar viva. Algunos ven cerca la posibilidad de Colombia de liberarse de la muerte en los procesos de paz, pero con la esquizofrenia de hablar de paz matando campesinos y reprimiendo de manera sangrienta las marchas de protesta hay poca esperanza. La paz ayudaría en la sanación mental de Colombia, si esta república encuentra por fin su camino no escindido, no dependiente, y si la paz que se promulga desciende investida de justicia a los territorios de los millones de sobrevivientes de más de sesenta años de guerra continua que ha desquiciado todas las formas de relación, y a la nación misma. Nadie puede preciarse entre nosotros de tener buena salud mental.

Foto: Facebook de Alvaro Marín

Imagen: Diseñada y hecha por Jesús Eduardo

 

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