¡Huele a chambón por aquí!

Para empezar, sólo es una “críticadestruconstructiva” de cómo percibo Bogotá y su malformación arquitectónica y presupuestos para infraestructura desparecidos al mejor estilo del cine de Hollywood. En Bogotá a veces dan ganas de sentarse a llorar por eso, pero cómo hacerlo; si las bancas diseñadas en los parques después de 5 minutos empiezan a cobrar arriendo como buena casera de inquilinato, ni imaginarse que se puede en las sillas de TransMilenio, pues parecen diseñadas por Dalí en las que uno se escurre sin darse cuenta, como si estuvieran recubiertas por una cera invisible inmune a la fricción. Menos tener ganas de caminar por calles que Asepxia, Altex, Cicatricure o la baba de Caracol quisieran arreglar y embellecer.

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Estamos en Ciudad fría, — también por el clima- pero fría por su gente, fría porque se quiere más cemento y menos verde. Una ciudad donde se dan indicaciones a metros por miedo a ser robados y que de paso dejen en ceros sus tarjetas: Codensa, Éxito, Metro (Carrefour), CMR o en su defecto a medias. Una ciudad que viste la penumbra y la discapacidad social, que lleva como gala la mejor gastronomía del país por su multiculturalidad, una pequeña-gran ciudad que acoge a todos por el sueño “bogotano” y si corre con éxito, lo logra a cuenta propia.

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Una ciudad que vive su jerga en cada esquina, semáforo, puente, escalera, túnel, rampa, glorieta bajada de bus tradicional -que desaparecerá- o integrado. En cada caseta de “chuchería”, venta de minutos, carrito de mango biche o perros calientes. Una ciudad donde la estética, funcionalidad, accesibilidad y honestidad son como un mal divorcio. Donde prima la inmediatez por un trabajo bueno, bonito, bien pago pero mal hecho, como si en los anuncios o bolsas de empleo la premisa fuera; “se busca chambón con urgencia” ¿Quiénes sufren por el divorcio y trabajos chambones? Ya es suficiente que “Ciudad fría” no les brinde espacios de bienestar, seguridad, movilidad decente e incluyente. Además dependan de la bondad del prójimo, que en ocasiones hieren susceptibilidades al querer ayudar.

Las personas en “condición de discapacidad” son “víctimas” del mal uso de los recursos, al tener que subir puentes cuya inclinación cansa hasta el más dedicado IronMan triatleta.

Las sillas de ruedas al subir los puentes deberían tener un cohete marca ACME para llegar victoriosos y sin rasgo de cansancio, y al bajar, deben estar equipadas con frenos ABS o AirBag, -por si las moscas- junto con unas buenas clases con Mariana Pajón de BMX para no caer. Para sumarle, esquivan baldosas como si jugaran Buscaminas o Bomberman, las sillas deberían estar enchuladas con suspensión, las muletas con amortiguadores y los bastones con sensores de proximidad con chip de chambonadas, el cual se activa y avisa que hay un glorioso trabajo más adelante y debe tomar otro camino porque no hay más.

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Para sumarle a ésta odisea de concreto, no sabemos referirnos al momento de prestarle ayuda para eludir las exuberantes chambonadas como si se tratara de los XGameBogotáCity. Cuando una personas en condición de discapacidad visual sortea su orientación como si fueran Daredevil, por las losas con relieve, cuyo fin en esta ciudad y creo que en otras, es netamente decorativo, pues no le enseñaron a arquitectos, ingenieros y maestros de obra claro está, -no quiero meterme en líos con la “Ministra de Educación”- su verdadero uso y valor. Ellos creen que es para decorar los andenes, como moño en regalo o rosa en florero. Pero permítanme recordarles que no, esas losas sirven de lazarillo para personas en condición de baja visibilidad. Ellos deben esquivar obstáculos como Mario Bros con las tortugas, deben gambetear al mejor estilo de James Rodríguez en el Real Madrid los hidrantes, teléfonos públicos, postes, señales de tránsito, alcantarillas, bancas y hasta basura porque éstas los llevan allí como migajas de pan.

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Ya suficiente es que tengan que lidiar con una ciudad desbaratada por la ignorancia, pero esa ignorancia irá desapareciendo en el momento que ellos (arquitectos, ingenieros y maestros, de obra claro está) aprendan a darle el uso que se debe. Si en “Fear the Walking Dead y The Walking Dead” aprendieron a matar caminantes por ensayo y error, ¿por qué los maestros de obra, interventores, arquitectos e ingenieros no van a aprender? Como para rematar de manera inocente y hacerlos sentir inferiores en el modo como pretendemos ayudarlos ya sea a pasar la calle, subir un puente, tomar un bus, guiarlos en una dirección, ellos son más berracos que cualquiera en sus 5 sentidos.

Por eso no es lo mismo decirles; ¿Le ayudo a cruzar? a decirles ¡permítame y le ayudo a cruzar!

No es lo mismos decirle; ¿necesita ayuda? a decirle; ¡permítame le ayudo a (subir o bajar) el puente!

Pero en esta ciudad a pesar de sus males, males mutados y heredados por sus gobernantes, se le abona lo poquito que hace. En las esquinas hay rampas para personas en silla de ruedas, en semáforos inscripciones en Braille y señales sonoras para el cambio de luz, uno que otro ascensor en puentes. La ciudad va demorada en inclusión social y presupuestos bien invertidos, va lenta como caracol y atención prioritaria en medicina no prepagada, ojalá su velocidad en inclusión fuera como el Corre Caminos o Speedy González.

Listo me despaché!!!

Miguel Ángel Urrutia.

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