
Por: HERNANDO URRUTIA – Director de Programación – Vientos Stéreo
Se quedó mirando pensativo hacia las calles de donde venían diversas clases de vehículos: entre ellos los nombrados por los habitantes como mortociclistas por sus historias tan funerales y el alto índice de accidentes.
Si para los transeúntes resultaba casi luctuoso cruzar las avenidas y eso que crecieron en medio del peligro y con un desarrollado instinto de conservación, mas para él que venía de territorios mucho menos congestionados en materia de lo que los expertos citadinos llamaban movilidad, que apabullaba a seres indefensos, acostumbrados a otra rutina: la parcela, los viajes en “cicla” al pueblo, las tomadas de cerveza en la tienda de la vereda y el perro fiel que incluso se sabía de memoria por donde irse en las noches en las cuales se demoraba su patrón más de lo acostumbrado.
“Pero nunca me sucedió nada” –pensaba- años de estar trabajando, es más, generaciones enteras labrando la tierra y nadie se metió conmigo”.
«Póngase de pendejo a mirar pal cielo y verá que no vamos a tener con qué pagar la pieza esta noche», le gritó su mujer que venía de vender unos periódicos. Esto lo volvió a situar en la realidad, esa cruda circunstancia que los había depositado en la congestionada urbe, esa verdad que no permitía descanso porque todos los días empujaba y empujaba a buscar el sustento, sin contemplaciones.
Eran dos mundos en el mismo país: uno, el que afrontaban todos los días en la gran ciudad y otro el que añoraban a cada momento, sin embargo pero tenían que soportar el que estaba todos los días acordándole que eran desplazados, que estaban como parias después de haber tenido comodidades en el campo, que hacían parte de esa caravana desorientada huyendo de las incursiones de hombres armados con consignas violentas y con acciones temerarias contra millones de víctimas.
Buenas cosechas daban la posibilidad de vivir holgadamente hasta cuando quedaron entre varios fuegos y cuando no era el ejército, era la guerrilla o si no los paramilitares o la delincuencia común hasta que llegó una noche en la cual unos hombres le dijeron: «Coja los chiritos y váyase antes de que amanezca y tome esta plata». Él intentó negarse pero estaba rodeado de gente armada hasta los dientes “Reciba y se va o negociamos con la viuda y dese por bien servido.” Le dijeron.
Ante la situación le tocó coger camino con su mujer hasta poder llegar a la flota después de una larga caminada.
Estaban muy angustiados, pero para su consuelo les había ido bien porque al compadre Isaías lo amarraron vivo y delante de su familia lo descuartizaron con una motosierra en medio de los gritos de alegría de los hombres borrachos.La lista de amigos y conocidos que erraban por el campo y las ciudades era larga. Vecinos de la vereda que después de tener su propiedad, a la fuerza tuvieron que entregarla a los grupos armados que aterrorizaron el país en medio de la impotencia de cerca de ocho millones de desplazados que ahora mendigaban un pedazo de pan, mientras en sus propiedades se posesionaban a la brava, gente que no escatimó esfuerzos para despojar a su legítimos dueños y ahora fungían de hacendados.
Pero tenía la esperanza de volver a su terruño, a pesar de no tener las mismas comodidades de la ciudad. ¡Que el proceso que se estaba viviendo contemplara no solo el perdón sino también se superara la violencia que ha dejado tantas lágrimas y sembrado tanta pobreza!
Si pero qué sacamos con las comodidades si no son para nosotros, decía la esposa un poco molesta. ¡¡En cambio en el campo podemos rehacer la vida, el todo es que nos dejen trabajar, que nos devuelvan la tierra y que no nos maten!! Que nos arreglen las carreteras, nos concedan buenos créditos y asesoría técnica y verán que volvemos acá pero como turistas que es muy distinto dijo con voz de esperanza.
Foto: Hernán Riaño