A un alcalde: Se le haría agua la boca

 En una visita realizada a la ciudad de Bucaramanga, una especie de periplo conociendo la ciudad de los parques de Colombia, me llamó poderosamente la atención el contraste y la magnitud de zonas verdes que se pueden encontrar en esta bella ciudad, casi que se puede decir que esta urbe se encuentra dentro de un gran bosque tropical.

Una ciudad rodeada de agua, con afluentes que cercan y atraviesan la ciudad rodeados de verde follaje, parques a cada tres cuadras con frondosa arborización que oxigena la ciudad y le dan un toque de frescura ante estos intespentuosos cambios climáticos, gracias precisamente a la indiscriminada e irrespetuosa tala de bosque.

No en vano se le denomina a esta capital “la ciudad bonita”, limpia, cívica y ordenada, grandes monumentos en honor a los próceres de la independencia, casas de antaño, con fachadas coloniales que hacen viajar la imaginación; aunque algunos habitantes distan mucho de sus administradores, señalan que a la ciudad la respetan en su condición como ciudad.

Al ver una ciudad empotrada en un gran bosque, reflexionaba sobre cuanto dieran muchos ecologistas para poder administrar de gran manera un centro urbanístico como este, pero también cuanto no darían algunos por poder tener esas grandes zonas verdes en sus manos y con el delirio de la gran ciudad, poder convertirlas en cemento, mucho quizá.

Por supuesto que casi que se pueden observar grandes torres que se levantan dentro de un espeso verde, usurpando algún espacio, sin embargo a la vista de un desprevenido turista el verde perdura. La gran ciudad de Colombia, nuestra capital, como muchas de las ciudades de este país, tuvieron también el privilegio de estar rodeadas de mucho verde, grandes zonas emporio de especies nativas y endémicas que fortalecían la vista y el ambiente, afluentes que corrían las ciudades, donde precisamente nuestros antepasados recogían ese hoy tan preciado liquido para sus quehaceres y menesteres diarios, quiénes con placa 60 a 80, no se echaron un chapuzón en uno de esos pozos hoy cobijados por alguna urbanización o centro de acopio del desecho urbanístico.

Es triste como la cultura del verde cambie de un sitio a otro, o mejor de una mente a otra, unos tratando de conservarla con conciencia y forma de vivir, mientras otros tratan de sacarle partido económico, con una generación visionaria arquitectónica vanguardista, donde el verde quedará reducido a una simple plazoleta con algunas maticas a lo que se le llama con gran bombo “arquitectura paisajista”; sendas, caminos y trochas veredales convertidas en grandes monumentos al desarrollo vial, valorizando sus entornos a conveniencia.

Es de verdad motivante ver hoy en pleno siglo XXI ciudades que preservan y mantienen la cultura del verde por encima de intereses, eso se llama visión, y poder dejarles y enseñarle a nuestras futuras generaciones la importancia de la naturaleza.

JORGE BIEN copia

Por Jorge Raúl Solano Comunicador Social

Foto: Jorge Raúl Solano

Foto: vanguardia.com

 

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