Nadie me lo contó, me tocó vivirlo. Tercera Parte

Esta es la ultima entrega de la crónica de nuestro compañero René Castillo de su experiencia con el sistema de salud de Bogotá.

A las 4:30 de la mañana me hacen el ingreso oficial, me canalizan, me dan los medicamentos (14 horas después) que yo dije que tomaba y me aplicaba en mi casa, no los que me estaban dando en San Blas; me pasan luego a una sala que la llaman bahía 2, allí solo hay seis (6) sillones (en el mejor de los casos), para esperar que me dieran una cama en alguno de los pabellones del hospital. Buscando estar lo más cómodo posible y a medida que iban quedando libres, me iba pasando de sillón en sillón hasta llegar al primero (“el mejor lugar”), ubicado a la entrada de la sala, que dejaba libre Don Isidro, quien por fin había conseguido ser llevado a una cama.

   

En ese lugar, que de manera cómoda se pueden ubicar máximo 10 personas, allí llegamos a estar 20 pacientes, donde se libra la disputa por un sillón, ver como a muchos (a la mayoría) les toca en las sillas metálicas e incluso hasta en el frio y duro piso.

              

En aquel momento recordaba las palabras del Secretario de Salud Luis Gonzalo Morales “hemos acabado con el hacinamiento en las urgencias”, pues hoy tengo que decirle y no con respeto que es un gran mentiroso; que lo invito a que vaya y lo presencie y lo verifique, claro sin avisar previamente, ni mandar limpiar el lugar para poder llevar los grandes medios de comunicación arrodillados y mostrar el producto de su falacia. Al señor secretario le digo: A mí nadie me lo conto, yo lo vivi en carne propia.

Estando en ese lugar (urgencias) y por largos tiempos, los nervios ya empiezan a alterarse, y aún más cuando se ven llegar cada vez más y más pacientes. No quiero parecer alguien que discrimina, ni xenofóbico, pero la mezcla que se da allí, carece de control; una noche un joven detenido y acompañado por un oficial de policía, hurto unas tijeras de la jefe de enfermería, ¿con que propósito? Otra noche dos habitantes de calle se pelearon por un sillón, como si fuera poco hubo un momento que estuve en medio de una charla de dos personas que hablaban de puñaladas, muertos y robos en grande. Una noche me pare para ir al baño y al volver a “mi” sillón, este ya estaba ocupado. Y qué decir del primer sábado que pase en urgencias, creí que había llegado la tercera guerra mundial a Bogotá, toda la noche vi desfile de heridos, hubo gritos, insultos y muertos, me transporte a las películas con escenas de hospitales en la guerra de Vietnam.

                    

Quienes tenemos un estilo de vida diferente a la indigencia, nos enferma más lo que vemos, oímos y hasta olemos. Usar un baño en ese lugar es casi una misión imposible; hubo un día que no lo pude usar por medio día, el desaseo es brutal y por respeto no lo describo aquí, se supone que la limpieza y asepsia en un servicio de salud debe ser el óptimo, más aun si hablamos de urgencias, recordando que la mayoría de las personas que acuden allí, están en condiciones que los hacen muy vulnerables a recibir o transmitir cualquier tipo de bacteria, virus o infección. Claro que hay personal para hacer la limpieza y desinfección, pero no dan abasto con tanto trabajo, pues solo una o máximo dos señoras por turno, deben hacerle el aseo y desinfección a toda el área de urgencias entre otras a su cargo, aunque el uso y mal uso están a la orden del día.

Esto debe obedecer al ahorro que busca la Administración con la dicha fusión, pues la empresa que le hace el aseo y desinfección al Hospital Santa Clara, según en ese mercado, es una de las que más mal le paga a su personal, pues alguien que trabaja durante un mes en el turno nocturno, apenas gana CINCUENTA MIL PESOS ($50.000) por recargo sobre el salario mínimo, aun así esta empresa tiene el contrato para hacer el aseo y la desinfección a toda la Sub Red Centro Oriente, al igual que las empresas contratadas para la alimentación y vigilancia que asumen el mando de la Institución e imponen sus propias reglas de acuerdo al temperamento de los guardas de turno.

Hablando de la alimentación, que no es la mejor, porque el menú no varía, siempre sirven lo mismo, es decir lo que esté más barato en el mercado, el paciente debe consumirlo como llegue, además de frio y desabrido, es cierto que por dieta la sal y el azúcar son eliminados, pero la preparación deja mucho que desear, recuerdo que un día me sirvieron pepinos sancochados y crudos, todo debemos aceptarlo sin derecho a reclamar, algo así como dijo el actual Alcalde Mayor, (“dr” Peñalosa) refiriéndose al mal servicio de Trans Milenio “esto es para ir rápido, no cómodo”.

¿Esta es la economía de la que habla el Señor Luis Gonzalo Morales, Secretario de Salud?, según él, antes los gerentes se gastaban la plata de los hospitales en licor costoso, caviar y otros lujos. Pues bien, ¿en dónde está esa plata ahorrada?, porque el servicio no es que haya mejorado con la fusión, ¿será que esa platica se perdió?, ¿se la gastaron en “cositas”? o ¿se está invirtiendo en cemento, ladrillos y buses?

En esta economía, hay seis sabanas para 28 camas, según una enfermera del pabellón San Camilo. La frase más usada en este y creo en todos los hospitales de Bogotá es “no hay cama”, pero lamentablemente en algunos rincones del hospital Santa Clara, se ven camillas al sol y al agua, terminándose de dañar, cuando en una buena administración de dos o tres “dañadas” armaríamos una buena, irónicamente un día llegaron unos señores a revisar que camas estaban para pintura y… ¿por qué no más bien arreglar las que están tiradas al sol y al agua?

                                    

Después de estar ocho días en urgencias del Hospital Santa Clara, en medio de toda esta crisis vivida y siendo testigo ocular de lo que allí pasa, el 27 de abril a las 2:00 de la tarde, la jefe Yenny me traslada al pabellón San Camilo, a la cama 17, ya un lugar más tranquilo, un poco más cómodo, ya por lo menos pude descansar en las noches sin pensar en qué momento me iban a quitar el sillón o mis pertenencias.

En espera de que me hicieran una angioplastia, el día 3 de mayo a las 4:30 de la tarde me anuncian que me van a pasar al pabellón San Rafael y mis compañeros de cuarto me dicen que es un lugar mejor y en el que voy a estar más cómodo, pero a las 10:30 de la noche me trasladan al pabellón Santa María cama 8, para mi sorpresa era algo así como un VIP o una suite, allí la cama es más grande, cómoda y confortable, había televisión, no se veía muy bien por falta de antena, pero ya había algo que ver.

Llego el día 17 de mayo, día muy anhelado, pues todas las mañanas la doctora Diana Álvarez pasa revista y yo esperaba que me dijera “hoy se va”, esa mañana por fin lo dijo, se hicieron todos los trámites para mi salida, fue un día más largo que los anteriores, pero por fin llegó la hora de salir y afuera estaba mi gran amigo José Velandia “Chepelin” quien me trajo de regreso a mi casa.

Antes de terminar con esta historia, varias recomendaciones en forma de conclusiones:

  • Es necesario y urgente HUMANIZAR el servicio de salud, pues sin contradecir lo que ya dije, hay algunas personas que “sirven” en este sistema de salud y a quienes se les olvida que están atendiendo seres humanos, personas que tienen un quebranto de salud y por ende son más vulnerables y sensibles al dolor.
  • Controlar y vigilar las empresas contratadas para el aseo, vigilancia y alimentación, para que hagan su labor de manera correcta y oportuna, con los mejores equipos y elementos, y no solo pensar en el supuesto ahorro, sino en el bienestar de los usuarios.
  • Construirle (y bien) las escaleras e instalar un buen ascensor al “edificio de tres pisos del Secretario de Salud Luis Gonzalo Morales, dotarlo con un excelente sistema de comunicaciones tecnológico y humano, por supuesto dotarlo con todos los elementos para una atención digna a los usuarios, sin importar su situación económica o sociocultural. En otras palabras que se evidencie el “ahorro” propuesto por esta administración. ¿vale la pena este “ahorro”?
  • Cuando se le de alta a un paciente, tener en cuenta que generalmente sale formulado, que va a necesitar hacer unos trámites para obtener sus medicamentos y esto requiere de un tiempo y unos recursos (copago, transportes, fotocopias entre otros gastos), que en la mayoría de los casos es escaso y en otros no existen dichos recursos. Por tal motivo, el hospital debiera proveer los medicamentos que el paciente requiera por un tiempo prudencial, mientras la EPS los autoriza y suministra, dichos medicamentos los pude incluir en la factura que le va a pasar a la EPS para cobrar la hospitalización.

Esperando esta historia y experiencia vivida contribuya al mejoramiento de éste (insisto) nefasto sistema de salud, agradezco la atención.

Y nadie me lo conto, me tocó vivirlo.

POR: RENÉ CASTILLO MAHECHA

Fotos: René Castillo Mahecha y Facebook de Rene Castillo Mahecha

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